Su altura no le permite mirar de frente a los rivales. Su constitución física es de un chico delgado, muy delgado y atlético. Contempla a su alrededor con una mirada seria, responsable y con signos de concentración máxima. Apenas sonríe mientras está en la línea de banda de Stamford Bridge a punto de entrar al campo. Dentro de sí mismo esconde una pillería innata que saca a relucir cuando conduce el balón y esquiva rivales como si regatear fuera el movimiento más sencillo del fútbol. Talento, lo llaman algunos: Joshua McEachran.
Hace ya varios meses desde que el joven de Oxford decidió entrar –como un elefante en una cacharrería- en una lista de grandísimos jugadores en potencia. El Europeo U17 fue un muestrario de su personalidad y de su manera de moldear un equipo. Él decide, él participa, él juega y los demás rinden. Escorado a la banda izquierda en un 4-3-3, él era una bombilla encendida en caso de emergencia. Los balones que le llegaban los recogía con brazos abiertos dispuesto a iniciar una nueva combinación. No hay mejor ejemplo para describir a McEachran que el primer partido en la fase de grupos contra la República Checa.
Siendo un niño, sus profesores describían sus aptitudes de la siguiente manera: “awesome”. Lamentaban no poder incluirle en más de un deporte, pues era válido para una gran cantidad de ellos. Siempre un paso por delante, un erudito de su generación. A la edad de dieciséis años jugaba en el Chelsea Sub 18; con 17 ya es titular en el Reservas, y su debut con el primer equipo no se ha hecho esperar. Empezó en pretemporada, se mostró en Champions League contra el Zilina y deslumbró el miércoles contra el Newcastle en la Carling Cup. La derrota duele menos cuando una actuación individual te asombra tanto hasta un punto en que lo colectivo se desplaza a un segundo plano.
Pasan diez minutos de la segunda parte cuando Kalou cae al suelo lesionado. Carlo Ancelotti se da la vuelta y señala al número 46 como sustituto. El resultado en The Bridge es de 1-3 a favor de las urracas. Durante más de media hora, Joshua McEachran es una amplísima gama de recursos técnicos, capacidad inventiva y asociativa; una emanación constante de juego desde la posición de playmaker. Controla y conduce con el exterior de su pie izquierdo mientras recorta jugadores con bruscos giros de cintura. Transmite sensación de superioridad frente a cualquier rival que se le acerque. Sus compañeros le buscan y él se ofrece en la base de toda jugada; el primer pase siempre es suyo. Enseña el balón, lo desplaza suavemente para atrás con su planta del pie izquierdo para girarse y volver a buscar un compañero. Es su movimiento preferido (48" del primer vídeo), dentro del manual de actuación que presentó el miércoles.
El partido termina 3-4 en un emocionantísimo final. Ameobi lidera al Newcastle pero el espectador londinense ha notado una sensación especial. “Fue magnífico desde que entró; como si una estrella hubiera nacido en Stamford Bridge”, afirmaba el comentarista de televisión. Estupefactos, incrédulos, maravillados, los blues asumen una derrota con la alegría de tener un prodigio en casa. Una exhibición de talento diferencial a esa edad no es corriente. La ventaja –y factor determinante para afirmar su potencial- es que Joshua está convirtiendo lo espléndido en rutina. Es sorprendente en lo predecible. Inglaterra puede ahora fantasear a corto plazo con un trío en la selección formado por Wilshere, Adam Johnson y Joshua McEachran. Nunca un sueño fue tan ilusionante y posible a la vez. Awesome, ya lo decían algunos.