Todo se explica cuando llegas al Everton Park, una explanada que te encuentras antes de llegar a Anfield y que te recuerda cada matiz que guarda el fútbol. El del tono verde lleno de barro pisoteado por niños que no alcanzan los diez años y que apenas son capaces de levantar el balón del suelo, el del entrenador con chándal y botas empozadas en charcos mientras grita desesperado a sus chicos para que bajen a defender una portería con el larguero curvado, el del árbitro adolescente que soporta el frío de la mañana para ganar unas libras y tomarse unas pintas esa misma tarde con sus amigos, o el del cielo gris y viento helado que congela las manos de los padres que han acompañado a sus hijos al partido que llevan esperando toda la semana. Es sábado y toca jugar, es el momento esperado de los últimos siete días. Las ganas de los pequeños nos contagiaron y terminamos viendo sus carreras y sus infructuosos intentos por marcar gol. Porque goles no vimos ninguno. Lo que no pensábamos es que cuatro horas después íbamos a estar presenciando la misma fotografía en un partido de primer nivel como el Liverpool - Stoke.
El camino desde St John's Gardens, el parque del este de la ciudad que marca el final del centro neurálgico, hasta Anfield no guarda ningún secreto más allá del Everton Park, la Universidad y un par de mercadillos que combaten el frío con el que Liverpool nos recibe el fin de semana. Tres preguntas a los vecinos para coger orientación, periódico en mano con portada para Gibson y su fichaje por el club de Goodison y, a lo lejos, antes de atravesar uno de tantos barrios abandonados que decoran el despoblado recorrido, Anfield. Todavía no hay onces iniciales y el autobús del equipo no ha llegado. Poca gente, mucha foto y más comida. En una de las esquinas del estadio se colocan varios puestos de hamburguesas, perritos calientes y patatas fritas que te intentas comer sin guantes en un acto de heroicidad, intentando disimular que llevas horas queriendo ponerte un abrigo. Los más valientes llevan manga corta desde primera hora bebiendo en el abarrotado The Albert, justo antes de la mítica entrada a The Kop. Poco después salen a calentar los equipos. Alarma. Dalglish se ha inventado algo, pero esta vez, en mis focos de interés, pasa a un segundo plano. Pulis, por su parte, no necesita de inventos y se contenta con el temor de sus rivales.
Sentados en una esquina del graderío todo se ve de otro modo. Lo cierto es que estábamos avisados de que no es oro todo lo que reluce y que, durante el partido, Anfield canta menos de lo que cuenta la leyenda, 'You'll never walk alone' aparte. La hinchada de Stoke se tomó los noventa minutos a modo de homenaje irónico coreando el 'Boring Liverpool' o 'You'll never win again', mientras que los reds rozaron la locura con el primer saque de esquina del partido que ejecutó Gerrard. Me preguntaba que por qué estaba esperando una victoria si la tónica de la temporada dicta que reina el empate y que cuantos menos goles se marquen, mejor. Visto así no extraña el cero a cero. Llegó el final, las últimas vistas panorámicas del campo y de vuelta al exterior, cuando recibí un mensaje con el resto de resultados. "El Tottenham nos ha reventado la combinada", nos dijimos en uno de los quinientos William Hill que abarrotan la ciudad, pensando que el marcador podía haber sido un error de escritura.
Al volver la oscuridad era total. Algo nada extraño, por otro lado, porque a eso de las cuatro de la tarde ya no hay luz solar. De regreso al centro de Liverpool volvemos a dejar atrás un solitario Everton Park entre la masa de aficionados que regresan a sus casas. Las porterías siguen ahí y esperan al próximo sábado, al próximo niño rubio rebozado en barro con unas piernas tan delgadas que su tiro más potente no recorrería seis metros, a la siguiente mochila con las botas, medias y espinilleras listas para mezclarse con el césped. Para formar, en definitiva, el matiz que no fuimos a buscar en Liverpool pero que, camino de nuestro objetivo, Anfield, dimos con él y, días después, todavía lo recuerdo como uno de los mejores momentos del primer viaje a Inglaterra.
4 comentarios:
Pues yo debí tener suerte en mi primer (y espero que no último) partido en Anfield. Fue hace dos años, en el homenaje a Shankly frente al Wigan, con Roberto Martínez y Rafa Benítez en los banquillos, junto a Torres que reaparecía tras una de tantas lesiones. Liverpool's number 9 salió desde el banquillo e hizo el 2-0. Y The Kop sí que no paró de cantar en todo el partido, a Torres, a Gerrard, a Benítez, a Shankly... Yo estaba en la portería de en frente, cerca de los aficionados del Wigan, y allí sí que había un ambiente más frío, muchos teníamos más pinta de turistas.
bonita historia. esos campos de niños son la esencia del futbol, no los jeques...
y soy al unico que king kenny le esta defraudando un poco? vale que no sea un equipo para ganar la premier,pero mas debe de dar, sobre todo espectaculo y goles....a este paso no entra en europa por segundo año (y eso si que deberia ser una obligacion)
Muy buen artículo, yo aún espero para mi primer viaje a Nottingham.
Muy típico inglés los niños jugando en los campos de los parques.
A ver si en el próximo viaje a Liverpool te deleitan con más goles.
Mi debut en tierras inglesas tampoco fue bueno: Southampton 1-2 Birmingham en la 2008/09
Menos mal que este año se han portado con el 4-0.
Estos partidos que vas con toda la ilusión del mundo no son ni para analizar la táctica, ni jugadores, sino para vivir el ambiente y pasártelo en grande.
Enhorabuena Álvaro!!
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